20 octubre, 2006

Psicopatología entre las víctimas de la violencia en el Perú 1980-2000



 
Presentado en el XVIII Congreso Peruano de Psiquiatría, 2004.


Entre los años 2000 a 2002, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) llevó a cabo una investigación sobre los sucesos de violencia ocurridos en nuestro país entre 1980 y 2000, que dejaron un saldo de 69 mil muertos y desaparecidos, e innumerables víctimas con secuelas físicas y psíquicas. En el presente trabajo se hace una breve revisión de los efectos psiquiátricos que puede generar la violencia, poniendo énfasis en su carácter persistente y discapacitante.
“Una vida completamente desorganizada, atemorizada, ¿no? Hasta ahora yo no puedo encontrar la calma." (Testimonio 510257 de la CVR, el testigo narra el asesinato de su primo en Chumbivilcas, Cusco).


 
Guerra y trauma
Los efectos psicológicos que la guerra deja entre los combatientes se empezó a estudiar en forma más menos sistematizada a principios del siglo XX, durante la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1906), en la cual los médicos rusos describieron episodios de excitación histérica, irritabilidad, temor e inestabilidad emocional. En 1945, R. Grinker denominó fatiga de guerra a un cuadro que presentaban los combatientes de la Segunda Guerra Mundial, caracterizado por irritabilidad, fatiga, insomnio, depresión, temor, sobresalto, temblores, dificultad en la concentración, pesadillas, cambios en la personalidad y alcoholismo. En 1968, H. Krystal estudió a los sobrevivientes de campos de concentración nazis, encontrando entre los mismos sensación de abandono, desesperanza, el aceptar la muerte como inevitable, ansiedad, hiperalerta y alexitimia.
 



Terrorismo de estado, impunidad y trauma
La violencia desatada por el mismo estado (que supuestamente debería garantizar el bienestar de la población) reviste características particulares, que han sido objeto de estudio por parte de algunos autores.

Moisés Kijac y Silvio Funtowicz en 1980 describieron lo que ellos denominaron experiencias extremas, como experiencias totalmente desconocidas, los victimarios son seres humanos, las agresiones están respaldadas “legalmente” y se acompañan de culpa inoculada por el agresor, no existe posibilidad de reaccionar en contra de los agresores ni de denunciarlos como tales (agresión institucionalizada), existe peligro por ser considerados opositores-enemigos, y hay aislamiento por prisión, exilio o semi-clandestinidad. Esto establece una diferencia entre la violencia desatada por el estado respecto a la violencia proveniente de otros estamentos.

En 1988, Elina Aguiar describió las consecuencias del terrorismo de estado durante la dictadura militar en Argentina (1976-1983), concluyendo que la impunidad debe ser considerada como una nueva violencia que en su repetición desencadena violencia y caos en el cuerpo social. Estudió además los efectos psicológicos entre las parejas afectadas por la represión: la culpa por sobrevivir y la culpa inducida por el estado hacen sentir a los sobrevivientes sin derecho a vivir.

Otto Doerr, Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein estudiaron en 1988 a las víctimas de la represión militar en Chile (1973-1990), describiendo la siguiente psicopatología de la persona torturada síntomas de estrés postraumático en la fase aguda, empobrecimiento de la vida psíquica que daña y limita la existencia, profunda desconfianza, una inseguridad muy grande en las propias capacidades y un gran desinterés; a esta situación patológica la denominaron cambio esquizomorfo de la personalidad. Propusieron además una fenomenología de la situación de tortura, que la hace particularmente nociva para quienes la sufren y puede explicar los cambios perdurables en la personalidad: asimetría en la relación torturador-torturado, anonimidad (el torturado no sabe quién lo tortura y muchas veces el torturador no sabe a quién tortura), doble vínculo (el torturado se debate penosamente entre sufrir o delatar a sus compañeros), falsedad (falsas acusaciones, falsas amenazas, falsos juicios), espacialidad reducida y artificial, y temporalidad (la tortura se vive como interminable).

En 1993, Diana Kordon describió las siguientes consecuencias clínicas entre las víctimas de la represión militar en Chile: repetición mental del hecho traumático, conductas evitativas en relación al hecho traumático, suspensión o abandono de proyectos vitales, trastornos del humor y del sueño, sentimientos de impotencia, sentimientos de hostilidad, psicosis, trastornos somáticos severos, dificultades en la elaboración del duelo, episodios de angustia automática ante hechos evocadores del trauma, sentimiento de aislamiento o resentimiento hacia el entorno social. La impunidad refuerza estos efectos porque genera sentimientos de indefensión y desamparo.Mirtha Osso y Carmen Wurst mencionaron en el 2001 las siguientes secuelas de la desaparición forzada en familias ayacuchanas, como parte del conflicto armado de 1980-2000: sentimientos de desvalimiento y desesperanza, truncamiento de los proyectos individuales de vida, desmembramiento de la estructura familiar, el duelo adquiere características particulares y es transmitido de generación en generación, ansiedad, depresión y otras secuelas postraumáticas.

En el 2003, el Centro de Atención Psicosocial y la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos encontraron los siguientes síntomas entre las víctimas de la violencia de 1980-2000, atendidas por ellos: impulsividad, conducta violenta y hostilidad (38%); tristeza (93%); ansiedad generalizada (80%); autoestima disminuida (74%); desconfianza y suspicacia (89%); alteración del sistema neurovegetativo (19%), y problemas de la atención (34%).


Informe de la CVR (2003): secuelas psicosociales de la violencia
Entre los años 1980 y 2000, el Perú fue escenario de la violencia desatada tanto por los grupos subversivos Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso (PCP-SL) y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), como por las Fuerzas Armadas (FFAA). La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) llevó a cabo una investigación sobre estos sucesos de violencia, que dejaron un saldo de 69 mil muertos y desaparecidos, e innumerables víctimas con secuelas físicas y psíquicas. En el capítulo Secuelas Psicosociales de la Violencia del Informe Final de la CVR, se describen las siguientes secuelas:
Miedo y desconfianza: El miedo fue utilizado como método de dominación y amedrentamiento (asesinatos selectivos, ejecuciones públicas, crueldad extrema, masacres, desapariciones forzadas, hallazgo de cadáveres mutilados, tortura, abusos sexuales, apagones, bombas), tanto por parte de los grupos subversivos como por parte de las fuerzas del orden. Esto dio lugar a un miedo generalizado y permanente (“nos hemos alimentado de miedo”), un estado de alerta constante y una permanente sensación de vulnerabilidad. El miedo no se acaba al terminar las causas que lo generaron, resurge ante cualquier estímulo que recuerde los hechos.

“Creo que verdaderamente ésta ha sido una guerra no convencional en la cual nosotros no sabíamos cuál era nuestro enemigo; como le digo, se dudaba hasta del cura, se dudaba hasta de los niños, se dudaba de todo el mundo. Era solamente usted con su compañía, y lamentablemente usted daba la vuelta y lo han volado. Dentro del mismo ejército también a veces había gente infiltrada; era terrible, verdaderamente era angustiante; es una guerra verdaderamente horrible.” (Testimonio 100625. Miembro del Ejército Peruano)
“Pero siempre el recuerdo saldrá... Vivimos aterrorizados. Yo hasta ahora siento que por donde camino, siento así que me persiguen; será que psicológicamente yo me quedé así ¿no? y volteo, no hay nadies. O sea, no salgo de casa tampoco mucho, no salgo de casa. Habrán pasado diez, once años, pero siempre queda el miedo. Y ese miedo, tal vez con el tiempo pueda olvidarlo y borrar todas las heridas que pasé, que vi violencia, sangre. Nunca pensé ver tanta violencia y ojalá nunca se vuelva a repetir.” (Testimonio 100959. La declarante narra sucesos acaecidos en Pucallpa, Ucayali)
Desintegración de los vínculos familiares y comunitarios: La población presenció el asesinato y la desaparición de sus seres queridos. La familia se fragmentó y perdió su capacidad para brindar protección y cuidado. La vida cotidiana se vio trastocada, hubo desconcierto y desamparo entre dos bandos (subversivos y militares eran percibidos como igualmente responsables), y se produjo un debilitamiento de los lazos comunitarios. Se dio además una alteración en el proceso de duelo, debido a la ausencia del cuerpo (incertidumbre, búsqueda interminable), la brutalidad de la muerte (no sólo murió sino cómo murió), la prohibición de rituales funerarios y la soledad en el dolor.
“Tenía trece años, la que me seguía tenía diez años, la otra menorcita tenía como siete años, por ahí, y el menorcito tenía dos años a tres años tenía, porque ya decía ‘papá’. Porque él ha visto, lo que le han cortado y decía, papá, papá corta papá. Así lloraba, ya se daba cuenta también, porque nosotros estábamos a su lado de él. (...) Como yo era la mayor mi mamá no podía coordinar con nadie, yo tenía trece años, solita cómo haríamos nosotros, llorábamos, llorábamos... diario, día y noche llorábamos.” (Testimonio 510250. La declarante narra el asesinato de su padre en Chumbivilcas, Cusco)

“Yo le pido, le ruego se aclarezca algo, que yo madre sufro, yo sufro mucho y le suplico a usted joven, que por favor hagan algo. Todos los días tantos casos se ve. Quisiera saber siquiera dónde está botado mi hijo. Si le han botado o le han quemado, o dónde se ha podrido mi hijo. Nunca lo he llegado a ver. Ese es mi desesperación, duermo como pensando ‘él estará botado o por ahí estará loco’. Qué le habrán hecho a mi hijo, no sé nada. No sé nada de mi hijo. Quisiera que hagan justicia por favor.” (Testimonio 440114. Madre de desaparecido en Uchiza, Tocache, San Martín)

Daños a la identidad personal: Las secuelas físicas de las torturas, impactos de bala o explosiones quedaron como recuerdos de la experiencia, manteniendo una sensación de vulnerabilidad. La violencia sexual produjo daño a la autoestima, desconfianza, una vida sexual deteriorada, estigma social, culpa y embarazos no deseados.

Los proyectos de vida y sueños rotos generaron frustración. Se describe también sufrimiento extremo, odio y resentimiento, indignación y desesperanza ante la impunidad, evasión y reproducción de la violencia (maltrato infantil y conyugal). Las víctimas mencionan que “ya no somos los mismos”, utilizando para sí mismos términos como “nervioso”, “traumado”, “psicoseado”; muchos tienen un cambio permanente de su personalidad, y otro optan por el suicidio.
“Si yo pudiera matarlo a ese desgraciado yo lo mataría (...) Odio. Yo no voy a perdonar el daño. Y como escuché ese día en la reunión ‘yo perdono’. Para mí era una estupidez. A quien le ha generado un gravísimo daño moral y psicológicamente a la familia de uno, me ha hecho perder mi trabajo, un desastre económico, ¿le voy a perdonar?” (Testimonio 100082. Acusado por traición a la patria y encarcelado en Lima)

“Yo me recuerdo que antes del suceso yo era un hombre muy alegre (...) muy extrovertido, me gustaba compartir, amiguero a no más. (...) A partir de esa fecha no era el mismo creo, tenía pesadillas persecución de delirio, sobre todo me parece que eso también hizo que mi esposa quién sabe se canse, porque no era el mismo hombre, no era el mismo hombre, era un poco amargado, renegado, aunque no tanto con sed de venganza ni nada por el estilo, pero cambié enormemente, cambié enormemente, tenía miedo, me puse sumamente nervioso, tenía tanto temor, miedo, veía la policía, me parece que me quería matar prácticamente, porque ¿no sé?, porque tanto me había ‘sicoseado’, me había amenazado.” (Testimonio 100862. Profesor detenido en Aquia, Bolognesi, Ancash)



Presentación de la CVR en Ayacucho, 2003

Buscando comprender: La necesidad de saber y encontrarle un sentido a todo lo sucedido se enfrenta a una necesidad de no saber, expresada en el silencio, la negación oficial de los hechos, la impunidad de los victimarios, el desconocimiento y el desinterés, y que es consecuencia no solamente del miedo al castigo por parte de los culpables y sus cómplices (que han movilizado toda una maquinaria propagandística de desprestigio contra la CVR), sino además de un mecanismo de defensa psicológico ante sentimientos de pena, vergüenza y culpa (“no sólo no puedo creer que esto haya sucedido, sino que no quiero creer que esto haya sucedido”).

Protocolo de Estambul (2001)

El Protocolo de Estambul (Manual para la investigación y documentación eficaces de la tortura y otros tratos y penas crueles, inhumanos o degradantes) de la ONU, publicado en el 2001, describe las siguientes secuelas psicológicas de la tortura: reexperimentación del trauma, evitación y embotamiento emocional, hiperexcitación, síntomas de depresión, disminución de la autoestima y desesperanza, disociación y despersonalización, quejas psicosomáticas, disfunciones sexuales, psicosis, abuso de sustancias y deterioro neuropsicológico. 


Trastorno de estrés postraumático (CIE 10, DSM IV)
Las dos principales clasificaciones psiquiátricas de uso internacional, la Décima Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS (CIE 10, 1992) y el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth edition (DSM IV, 1994), incluyen la categoría diagnóstica de trastorno de estrés postraumático, con las siguientes características: exposición a un evento traumático, recuerdos recurrentes e intrusos del trauma, revivicencias, sueños reiterativos sobre el trauma, angustia ante circunstancias evocadoras del trauma, evitación activa de circunstancias evocadoras del trauma, aislamiento, desinterés, desesperanza, depresión, dificultad para concentrarse, irritabilidad, hipervigilancia, ideación suicida y abuso de sustancias.

Estudio epidemiológico de Salud Mental en la Sierra Peruana (Instituto Nacional de Salud Mental "Delgado-Noguchi", 2003)
El Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi” realizó en el 2003 el Estudio Epidemiológico de Salud Mental en la Sierra Peruana, en el área urbana de Ayacucho, Cajamarca y Huaraz (4200 hogares). El estudio tuvo las siguientes características: descriptivo, epidemiológico y transversal, muestreo altamente probabilístico (manejo adecuado de inferencias y efecto del diseño). A continuación se muestran algunos resultados relativos al tema de la violencia y sus consecuencias psicológicas.

Prevalencia de vida de algún trastorno psiquiátrico:


¿Perdió algún familiar directo en algún acto de violencia?
No perdieron: 48.6% con algún trastorno psiquiátrico.
Sí perdieron: 65.7% con algún trastorno psiquiátrico.
(F 12.364, df1 1, df2 116, p 0.001)

¿Ha presenciado la muerte violenta de alguna persona en alguna situación vinculada al terrorismo?No presenciaron: 45.7% con algún trastorno psiquiátrico.
Sí presenciaron: 71.6% con algún trastorno psiquiátrico.

(F 29.058, df1 1, df2 116, p 0.000)

Prevalencia de vida de algún trastorno de ansiedad:
¿Perdió algún familiar directo en algún acto de violencia?
No perdieron: 30.5% con algún trastorno de ansiedad.

Sí perdieron: 57.0% con algún trastorno de ansiedad.
(F 30.814, df1 1, df2 116, p 0.000)

¿Ha presenciado la muerte violenta de alguna persona en alguna situación vinculada al terrorismo?No presenciaron: 28.2% con algún trastorno de ansiedad.
Sí presenciaron: 56.5% con algún trastorno de ansiedad.
(F 34.765, df1 1, df2 116, p 0.000)
Prevalencia de vida de algún episodio depresivo:
¿Perdió algún familiar directo en algún acto de violencia?
No perdieron: 15.5% con algún episodio depresivo.

Sí perdieron: 31.4% con algún episodio depresivo.
(F 17.497, df1 1, df2 348, p 0.000)

¿Ha presenciado la muerte violenta de alguna persona en alguna situación vinculada al terrorismo?No presenciaron: 15.7% con algún episodio depresivo.
Sí presenciaron: 21.5% con algún episodio depresivo.
(F 4.386, df1 1, df2 348, p 0.037)

Estos resultados indicarían una asociación altamente significativa entre exposición a situaciones de violencia, y prevalencia de vida de algún trastorno psiquiátrico, de algún trastorno de ansiedad o de algún episodio depresivo, en las ciudades estudiadas.
Bibliografía

  • American Psychiatric Association. Diagnostic and statistical manual of mental disorders, fourth edition (DSM IV). Washington DC, 1994.
  • Centro de Atención Psicosocial. La CVR: Nuevos retos. Memorias del Taller Nacional 2002. Lima, 2003.
  • Cía AH. Trastorno por estrés postraumático: diagnóstico y tratamiento integrado. Buenos Aires: Imaginador, 2001.
  • Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final. Tercera parte: Las secuelas de la violencia. Capítulo 1: Las secuelas psicosociales (http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIII/TERCERA%20PARTE/I-PSICOSOCIALES.pdf). Lima, 2003.
  • Doerr Zegers O, Lira E, Weinstein E. Intento de una fenomenología de la situación de tortura. Revista de Neuro-Psiquiatría 1987;50:168-180.
  • Grinker RR, Spiegel JP. Men under stress. Philadelphia: Blakiston, 1945.
  • Instituto Especializado de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi”. Estudio Epidemiológico de Salud Mental en la Sierra Peruana 2003. Informe General. Anales de Salud Mental 2003; XIX (1-2): 1-216.
  • Kijak M, Funtowicz S. El síndrome del sobreviviente en situaciones extremas. Revista de Psicoanálisis 1980;37.
  • Kordon D. La tortura en Latinoamérica: sus efectos inmediatos y mediatos en el individuo y en la sociedad. Reflexión 1993;19:30-34 (http://www.redsalud-ddhh.dm.cl/la_tortura_en.htm).
  • Krystal H. Massive psychic trauma. New York: International Universities Press, 1968.
  • Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Protocolo de Estambul. Manual para la investigación y documentación eficaces de la tortura y otros tratos y penas crueles, inhumanos o degradantes. Nueva York y Ginebra, 2001.
  • Organización Mundial de la Salud. Décima Clasificación Internacional de Enfermedades. Trastornos Mentales y del Comportamiento. Madrid: Meditor, 1992.
  • Osso M, Wurst C. Secuelas de la desaparición forzada en familias ayacuchanas. En: Kristal de Burstein R, Stornaiuolo M, Raffo MC (ed). Desplegando alas, abriendo caminos sobre las huellas de la violencia. Lima: Centro de Atención Psicosocial, 2003.



16 octubre, 2006

La antipsiquiatría



Presentado en la Asociación de Psicopatología y Psicoterapia Médica (Perú), 2003.


“Me llamaron loco y yo los llamé locos. Y maldita sea, me ganaron por mayoría de votos.”

Nathaniel Lee, al ser enviado a una institución mental en el siglo XVII.


En 1950 hizo su aparición la clorpromazina, el primer medicamento antipsicótico. Su influencia sobre la psiquiatría durante las próximas décadas fue enorme, al posibilitar lo que unos años antes había sido impensable: el tratamiento ambulatorio de la esquizofrenia. La psiquiatría ya no sería entonces sinónimo de reclusión vitalicia y aislamiento social obligatorio. Sin embargo, cuando la psiquiatría daba el gran salto que la llevaba a integrarse con todo derecho al resto de la medicina, surgió un movimiento que la cuestionaría desde sus mismos cimientos. Un movimiento heterogéneo y de propuestas a veces hasta contradictorias, que se amoldó perfectamente con el espíritu rebelde y contestatario de la década de 1960, y que recibió el nombre -no aceptado por todos sus exponentes- de antipsiquiatría.



Antecedentes

En 1947, Marguerite A. Sechehaye publicó Diario de una esquizofrénica, en donde relata la experiencia vivida por la esquizofrénica Renée y plantea un cambio en la relación médico paciente. Poco difundida en su tiempo, la obra de Sechehaye alcanzó mayor reconocimiento dos décadas después.

En 1961, Erwing Goffman publicó Asilos. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, libro en el cual describió a los hospitales psiquiátricos como instituciones totales (al igual que las cárceles y los cuarteles), por el aislamiento y reglamentación a los que están sometidos sus residentes. Otra obra suya es Estigma - La identidad determinada (1963), en donde estudió el estigma de la enfermedad mental en todas sus facetas.


Szasz

El mito

En 1960, Thomas Szasz publicó El mito de la enfermedad mental, obra considerada como el acta fundadora de la antipsiquiatría (aunque el autor nunca se consideró antipsiquiatra), y en la cual parte de un extenso análisis de la histeria para cuestionar toda la nosología psiquiátrica imperante, concibiendo las supuestas enfermedades mentales más bien como modalidades de comunicación, un “protolenguaje” que en vez de recurrir a símbolos verbales emplea signos icónicos, como el sueño y las fantasías. Plantea además que los psiquiatras no se enfrentan con patologías verdaderas sino con dilemas éticos, sociales y personales.

“Es corriente definir la psiquiatría como una especialidad médica dedicada al estudio, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades mentales. Esta definición es inútil y engañosa. La enfermedad mental es un mito. Los psiquiatras no se ocupan de las enfermedades mentales y de su terapia. En la práctica enfrentan problemas vitales de orden social, ético y personal.” (Szasz T. El mito de la enfermedad mental).

En 1960 apareció El yo dividido, de Ronald D. Laing, una de las figuras representativas de la antipsiquiatría. En esta obra, con clara influencia fenomenológica existencialista, pero que no rompe por completo con la psicopatología tradicional, el autor resalta la importancia de las relaciones familiares en el inicio y evolución de los síntomas psicóticos.

Posteriormente, en El yo y los otros (1961), Laing desarrolla más extensamente su teoría de la influencia familiar, postulando el concepto de doble lazo, situación en la cual la víctima se ve sometida a mensajes contradictorios simultáneos, uno a nivel explícito y el otro a nivel abstracto, que la llevan a adoptar conductas incomprensibles para los demás y que terminan siendo rotuladas como “esquizofrénicas”. La esquizofrenia es pues, para Laing, no una enfermedad de origen desconocido, sino una reacción ante circunstancias sociales. Por otro lado, el lenguaje esquizofrénico deja de ser incomprensible, pues detrás de cada manifestación psicótica existe un intento de comunicación, un grito de alarma, que debe hacerse inteligible.

“Nuestra percepción de la ‘realidad’ es el logro perfectamente consumado de nuestra civilización. ¡Percibir la realidad! ¿Cuándo habrán dejado los hombres de creer que lo que percibían era irreal? Tal vez la creencia y la idea de que lo que percibimos es real sea muy reciente en la historia del hombre.” (Laing RD. El yo y los otros).

Entre 1962 y 1966, David G. Cooper estableció una unidad autónoma –el “Pabellón 21”- dentro de un gran hospital psiquiátrico londinense. En esta unidad, que se inspiró inicialmente en las comunidades terapéuticas de Maxwell Jones, se buscó cambiar el rol tradicional de médicos y pacientes, e investigar la interacción familiar y grupal en la esquizofrenia. Progresivamente, las reglas y las diferencias entre el personal y los enfermos se fueron disolviendo hasta casi desaparecer. Al evaluar los resultados del experimento, los 42 pacientes del Pabellón 21 pudieron salir de alta antes de un año (3 meses en promedio), sin haberse utilizado choque insulínico, electrochoque o dosis altas de medicamentos; un año después sólo el 17% fue reinternado, siendo una cifra menor que la de los tratamientos habituales en ese entonces.

Cooper volcó sus experiencias del “Pabellón 21” en su libro Psiquiatría y antipsiquiatría (1967), con el cual se institucionalizó oficialmente el movimiento antipsiquiátrico. En esta obra el autor denuncia el proceso de “invalidación” que la sociedad impone a algunos de sus miembros mediante el rótulo de “esquizofrénicos”, víctimas de la violencia (entendida en su sentido más amplio y no únicamente como violencia física) que sobre ellos ejercen los “sanos” con la “complicidad” de los psiquiatras, violencia que alcanza su máxima expresión en el internamiento manicomial. Como Laing, Cooper culpa en primer lugar a la familia y al “doble vínculo”, por el proceso que lleva al futuro esquizofrénico a sumirse en una situación insostenible.

“La esquizofrenia es una situación de crisis microsocial en la cual los actos y la experiencia de cierta persona son invalidados por otros, en virtud de razones culturales y microculturales (por lo general familiares) inteligibles, hasta el punto de que aquélla es elegida e identificada de algún modo como “enfermo mental”, y su identidad de “paciente esquizofrénico” es luego confirmada (por un proceso de rotulación estipulado pero altamente arbitrario) por agentes médicos o cuasi médicos.” (Cooper DG. Psiquiatría y antipsiquiatría).


Kingsley Hall

Kingsley Hall

En 1965, Laing, Cooper y Aaron Esterson fundaron la Philadelphia Association, que tuvo como objetivo crear centros para dar acogida a personas con enfermedades mentales. Se abrieron tres “hogares” de este tipo, el más célebre de los cuales fue Kingsley Hall, que funcionó entre 1965 y 1970 en un antiguo edificio de Londres.

En Kingsley Hall no existían reglas de ningún tipo, los residentes hacían lo que querían, médicos y pacientes convivían en condiciones de igualdad absoluta, y los supuestos enfermos podían llevar a cabo su “viaje regresivo” para ubicarse luego en un mundo más “auténtico”. La paciente más famosa del centro fue Mary Barnes, quien junto a Joseph Berke, publicó sus memorias bajo el título Mary Barnes. Viaje a través de la locura, en donde paciente y psiquiatra narran la experiencia psicótica fuera del marco psiquiátrico convencional.La autora se hizo famosa también por sus pinturas, realizadas inicialmente con sus propios excrementos.

“Además, las experiencias por las que pasa la persona denominada esquizofrénica, que comúnmente se incluyen bajo el nombre genérico de ‘psicosis’, no son en absoluto ininteligibles, es decir, una locura. Simplemente ocurren en un orden diferente de realidad, como cuando uno sueña despierto. La invalidación social de tales experiencias, al llamarlas ‘enfermedad’ o ‘locura’, es una maniobra básica interpersonal entre las gentes de la cultura occidental, donde los sueños y los estados parecidos al sueño no se consideran un vehículo válido para comunicar la realidad, por mucha verdad que expresen.” (Barnes M, Berke J. Viaje a través de la locura).


Cooper

Antisociedad

En 1971, Cooper publicó La muerte de la familia, en la cual critica duramente a la institución familiar, considerándola fracasada y heredera de la sociedad esclavista y de la sociedad feudal, proponiendo su completa desaparición. Cooper además preconiza la superación de todos los prejuicios que impone la sociedad actual, defiende la libertad absoluta, para la cual no duda en sugerir el uso de drogas alucinógenas con el objeto de intensificar las posibilidades. Posteriormente, en La gramática de la vida (1974) postula la aceptación del riesgo, que representa la desobediencia a los imperativos ajenos, considerando la vida “normal” de nuestra sociedad como “una aburrida distracción hacia la muerte”.

“Las personas, desde luego, son cerdos. Desde luego también, las instituciones humanas son chiqueros, o factorías, o mataderos de cerdos. (...) Los cerdos a menudo destruyen su prole, pero también nosotros lo hacemos con nuestros métodos humanoides más tortuosos. (...) La pareja parental convencional de la burguesía es a la vez el supercerdo ambisexual y una masiva factoría de tocino. (...) Podemos estar seguros de que no es casual el apelativo de “cerdos” que los jóvenes revolucionarios estadounidenses dedican a la policía y sus colaboradores, psiquiatras, y falsas autoridades en general.” (Cooper D. La muerte de la familia).


Basaglia

El cierre de los manicomios

En 1968, Franco Basaglia publicó La institución negada, en donde narra su experiencia como Director del Hospital de Gorizia (1961-1969), lugar en el que aplicó sus ideas dirigidas a la transformación del manicomio tradicional, y postuló la desaparición de todo tipo de institución psiquiátrica, así fuese una comunidad terapéutica. Los seguidores de Basaglia fundaron en la década de 1970 la asociación Psichiatria Democratica. El epílogo de la aventura antipsiquiátrica en Italia fue el cierre de los hospitales psiquiátricos luego de promulgarse la ley 180 en 1978.



La decepción

“Desde 1970, la fiebre descendió. Los movimientos antipsiquiátricos no consiguieron implantarse de manera duradera, ni en los Estados Unidos ni en Inglaterra o Italia. La fiebre liberadora o revolucionaria chocó no sólo con los medios conservadores, sino quizá más aún con la inercia del núcleo duro de la psicosis.” (Trillat E. Una historia de la psiquiatría en el siglo XX).

En 1979, Szasz publicó Esquizofrenia: el símbolo sagrado de la psiquiatría, en el cual descalifica todas las propuestas históricas de considerar a la esquizofrenia como una enfermedad, esgrimiendo como argumento principal la reiterativa falla en encontrar algún tipo de alteración orgánica demostrable en los supuestos esquizofrénicos, mencionando como paradigma de una enfermedad real -en contraposición a la enfermedad falsa que es para él la esquizofrenia- a la neurosífilis, de etiología claramente identificada. En dicho libro, Szasz toma distancia de la antipsiquiatría de Laing, Cooper y Esterson, a quienes critica duramente por la contradicción que para él representa el negar la esquizofrenia como patología y al mismo tiempo proponerle terapias (como Kingsley Hall) y causas (basadas en teorías sociales).

“Esto es, brevemente, el por qué yo considero a Kraepelin, Bleuler y Freud los conquistadores y colonizadores de la mente del hombre. La sociedad, su sociedad, quería que ellos extendieran las fronteras de la medicina por encima de la ley y la moral y así lo hicieron; quería que ellos extendieran las fronteras de la enfermedad del cuerpo al comportamiento, y de esta manera lo hicieron; quería que ellos disfrazaran el conflicto como psicopatología y el confinamiento como terapia psiquiátrica, y de esta manera lo hicieron.” (Szasz T. Esquizofrenia: el símbolo sagrado de la psiquiatría).

“Los psiquiatras y los antipsiquiatras son simplistas por igual en sus imágenes causales y sus estrategias de remedio. Según el punto de vista psiquiátrico, la investigación médica hará que todos estemos sanos. Según el punto de vista antipsiquiátrico, el permitir que personas incompetentes, destructivas y autodestructivas, se revuelquen en su propio autodesprecio y su desprecio por los otros, será suficiente para guiarlos con seguridad a través de su viaje por los Alpes de la alienación, después del cual llegarán a la limpia y pulcra ciudad suiza y vivirán felices para siempre. Tales son las promesas de los propagandistas, de la investigación psiquiátrica por una parte, y de los retiros antipsiquiátricos por la otra.” (Szasz T. Esquizofrenia: el símbolo sagrado de la psiquiatría).

“Como todo movimiento de contracultura, (la antipsiquiatría) pasó como una ráfaga, vivificante y destructiva al mismo tiempo. De ella no quedan hoy sino algunos rastros en la psiquiatría social y comunitaria, así como en las múltiples alternativas paramédicas de la psiquiatría (homeopatía, expresión corporal, acupuntura, quiropraxia, grupos de encuentro, etc.). Sirvió, además, para que los médicos se interesaran cada vez más a fondo en el proceso psicoterapéutico. La antipsiquiatría fue –pues ya es cosa del pasado- como un intento más de encontrar la razón de la sinrazón, pero esta vez procediendo a la inversa, tratando de poner las cosas patas arriba y ver qué tal funcionan así. En la oscilación pendular de la historia, la antipsiquiatría se identifica como una reacción romántica frente a una sociedad tecnocrática en donde al hombre le resulta difícil individuarse adecuadamente.” (Vidal G. La antipsiquiatría).


Bibliografía

  • Barnes M, Berke J. Viaje a través de la locura. Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1974.
  • Coalición de Antipsiquiatría. http://www.antipsychiatry.org/espanol.htm.
  • Cooper D. Psiquiatría y antipsiquiatría. Buenos Aires: Locus Hypocampus, 1967.
  • Cooper D. La muerte de la familia. Buenos Aires: Editorial Paidos, 1971.
  • Foucault M. Historia de la locura en la época clásica. México: Fondo de Cultura Económica, 1998.
  • Il nido del cuculo. Gli orrori della psichiatria. http://www.club.it/cuculo/.
  • Laing RD. El yo dividido. Un estudio sobre la salud y la enfermedad. México: Fondo de Cultura Económica, 1999.
  • Laing RD. El yo y los otros. México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
  • Salvat Editores. Psiquiatría y antipsiquiatría. Barcelona, 1973.
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15 octubre, 2006

La depresión de José María Arguedas

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Por: Santiago Stucchi Portocarrero

Publicado en la Revista de Neuro-Psiquiatría 2003;66 (3):171-184.



RESUMEN


En 1969, el escritor, antropólogo y etnólogo José María Arguedas se suicidó, luego de padecer muchos años de una grave depresión, que se inició en sus años de juventud, probablemente a los 32 años. Según las descripciones que él mismo hace en los diarios de su obra póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, y en las cartas suyas publicadas posteriormente, Arguedas presentó al parecer múltiples episodios depresivos, caracterizados principalmente por decaimiento, cansancio, falta de concentración, insomnio, ansiedad y una ideación suicida recurrente que lo llevó a un primer intento frustro en 1966 y a uno segundo que acabó con su vida, pese a los múltiples tratamientos -farmacológicos y psicoterapéuticos- que recibió. Se han planteado muchas ideas para comprender la depresión y suicidio del autor de Yawar Fiesta, Los ríos profundos, El Sexto, Todas las sangres y Amor mundo: la pérdida temprana de la madre, el supuesto maltrato por parte de su madrastra y hermanastro, la repetida ausencia del padre viajero, el fracaso de su matrimonio, el no poder tener hijos, la sensación de marginalidad entre el mundo indígena y el mundo de los mistis -sin pertenecer realmente a ninguno-, el supuesto fracaso de sus tesis integradoras; todo ello quizás influyendo sobre una predisposición biológica a la depresión. Cabe preguntarse en qué medida sus síntomas depresivos contribuyeron a forjar su obra, marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia, al punto de preguntarnos si habría Arguedas pasado a la historia de la literatura de no haber padecido depresión.

ABSTRACT

In 1969, the writer, anthropologist and ethnologist José María Arguedas committed suicide after many years of depression that started in his youth, probably when he was 32 years old. According to the notes in the diaries of his book El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo and to the letters published afterwards, Arguedas showed multiple depressive episodes mainly characterized by decay, tiredness, lack of concentration, insomnia, anxiety and a recurrent suicidal ideation that lead him to a first attempt in 1966 and to a second one which finished with his life despite the multiple treatments –pharmacological and psychotherapeutic- he received. Many theories have been suggested to understand the depression and suicide of the author of Yawar Fiesta, Los ríos profundos, El Sexto, Todas las sangres and Amor mundo: the early loss of his mother, the step mother and brother’s cruelty, the absence of the traveling father, the failure of his marriage, the incapacity to have children, the feeling of being discriminated by both the native and the mistis worlds –without belonging to any-, the failure of his integrative theories; maybe influenced by a biological predisposition to depression. We have to question if the depressive symptoms contributed to his work highlighted by nostalgia, marginality and ambivalence, and ask ourselves if Arguedas could have been part of literature history if he hasn’t had depression.


PALABRAS CLAVE: José María Arguedas, depresión, suicidio, literatura.

KEY WORDS: José María Arguedas, depression, suicide, literature.


“En abril de 1966, hace ya algo más de dos años, intenté suicidarme. En mayo de 1944 hizo crisis una dolencia psíquica contraída en la infancia y estuve casi cinco años neutralizado para escribir. (...) Y ahora estoy otra vez a las puertas del suicidio. Porque, nuevamente, me siento incapaz de luchar bien, de trabajar bien. Y no deseo, como en abril del 66, convertirme en un enfermo inepto, en un testigo lamentable de los acontecimientos.” (Primer diario, 10 de mayo de 1969). (1)

En 1969, el escritor, antropólogo y etnólogo José María Arguedas se suicidó. Fue el trágico final de un hombre atormentado por la depresión. Una depresión grave, iniciada en sus años de juventud, de curso recurrente y que influyó de alguna manera en su obra literaria.

José María Arguedas Altamirano nació en Andahuaylas (Apurímac), el 18 de enero de 1911, hijo del abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, en aquel entonces juez de paz de primera instancia de San Miguel – La Mar (Ayacucho), y de Victoria Altamirano Navarro, miembro de una de las familias más distinguidas de San Pedro de Andahuaylas. En 1914, antes de que José María cumpliera los 3 años, falleció su madre “de cólicos hepáticos” (2,3).

“Yo no me acuerdo de mi mamá. Es una de las causas de algunas de mis perturbaciones emocionales y psíquicas.” (4)

José María con su padre, a los 5 años

José María quedó entonces al cuidado de su abuela paterna, Teresa Arellano, quien vivía con sus hijos Rosa Arguedas y José Manuel Perea Arellano. Su hermano mayor, Arístides Arguedas, acompañó a su padre en sus continuos viajes por el interior del país, en tanto que Pedro, el menor de los tres hermanos, fue adoptado por su tía Amalia Arguedas (media hermana de su padre) y su esposo Manuel María Guillén, quien le dio su apellido. Posteriormente nacieron sus medios hermanos paternos Carlos y Félix (ambos hijos de Eudocia Altamirano, hermana de la madre), y Nelly (hija de Demetria Ramírez, adoptada luego por su tío José Manuel Perea Arellano y su esposa Zoila Peñafiel). En 1915, Víctor Manuel Arguedas fue nombrado juez de primera instancia de la provincia de Lucanas (Ayacucho). (2,3)

En 1917, el juez Arguedas se casó con Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco, “la acaudalada matrona de San Juan de Lucanas”, quien tenía tres hijos: Rosa, Pablo y Ercilia. José María fue traído entonces a la casa de su madrastra. (2) “La llegada de José María a San Juan –refiere Arístides Arguedas- fue un acontecimiento, con sus seis años de edad, bien gordito, sus cabellos blondos y largos, tímido, apacible, conquistó la simpatía de todo el mundo (...). Hasta mi madrastra, tan seca y poco afable, lo tuvo en sus faldas en algunas ocasiones.” (3)

En 1918 toda la familia vivía en Puquio (Ayacucho). El padre viajaba continuamente y sólo lo veían una vez por semana. “La madrastra los trataba con delicadeza” y a José María “llegó a quererlo mucho”, recuerda Arístides en sus memorias. (3) La opinión de José María, sin embargo, era otra:

“Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y medio. Mi padre se casó en segundas nupcias con una mujer que tenía tres hijos; yo era el menor y como era muy pequeño me dejó en la casa de mi madrastra, que era dueña de la mitad de un pueblo; tenía mucha servidumbre indígena y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio, y como a mí me tenía tanto rencor como a los indios, decidió que yo debía vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí.” (5)

Poco después, regresó a Puquio el hermanastro Pablo, que había estado en Lima como interno del colegio Nuestra Señora de Guadalupe. La relación que entabló con los nuevos miembros de la familia no fue cordial:

“Cuando llegó mi hermanastro de vacaciones, ocurrió algo verdaderamente terrible (...) Desde el primer momento yo le caí muy mal porque este sujeto era de facciones indígenas y yo de muchacho tenía el pelo un poco castaño y era blanco en comparación con él. (...) Yo fui relegado a la cocina (...) quedaba obligado a hacer algunas labores domésticas; a cuidar los becerros, a traerle el caballo, como mozo. (...) Era un criminal, de esos clásicos. Trataba muy mal a los indios, y esto sí me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo odiaban todos los indios. Era un gamonal.” (5)

“Entró mi hermanastro, estaba tomando sopa y tenía un plato de mote a mi lado con su pedacito de queso. Me quitó el plato de la mano y me lo tiró a la cara, y me dijo: ‘no vales ni lo que comes’ (...). Yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado había un excelente campo de maíz, me tiré boca abajo, en el maíz, y pedí a Dios que me mandara la muerte.” (5)

Según Arguedas, el hermanastro lo obligó en una ocasión a presenciar un acto de violación sexual a una tía suya, que era además una de sus múltiples amantes. La figura de este personaje influirá en su obra literaria, personificando al gamonal abusivo y cruel; es, de alguna manera, don Froylán de Warma kuyay, don Braulio de Agua, don Ciprián de Los escoleros, “el caballero” de Amor mundo, “el patrón” de El sueño del pongo y don Adalberto de Todas las sangres. “Tres o cuatro personajes de esa infancia serrana –dice Carlos Meneses- fueron multiplicándose lo necesario como para dar paso a gamonales, capataces, policías, tinterillos y toda la gama de seres que se convierten en explotadores del indio. Pero especialmente, aquel hermanastro que lo obligó a presenciar una de sus fechorías sexuales, causándole un verdadero trauma que el escritor lamentó siempre. En la mayoría de sus novelas y relatos se hallará a este hombre variando de rasgos físicos, de nombre y hasta de escenario. Pero estará él. Hacia él el escritor descargará su ira.” (6)

Carlos García Bedoya opina: “Como es conocido, la presentación de la sexualidad, en la obra de Arguedas es fundamentalmente desgarrada, es una presentación extremadamente cruenta de la sexualidad, no es una sexualidad gozosa, no es una sexualidad de disfrute. (...) Es casi lo contrario: es una sexualidad cargada de culpa, atormentada. (7) Para Mario Vargas Llosa: “En estos relatos hacer el amor no es jamás una fiesta en la que una pareja encuentra una forma de plenitud, una acción que enriquece y completa a la mujer y al hombre, sino un impulso gobernado por oscuras fuerzas a las que es difícil desobedecer y que precipitan al que cede a ellas en un pozo de inmundicia física y moral. (...) No resulta difícil averiguar el origen de esta visión torcida del sexo (que, en última instancia, es de raíz cristiana), pues el propio Arguedas lo señaló, al revelar que las escenas exhibicionistas que observa Santiago en ‘El horno viejo’ fueron fantaseadas a partir de las experiencias que le infligió su hermanastro Pablo Pacheco.” (8)

“Yo he sentido, desde pequeño, cierta aversión a la sensualidad. Algo así como don Bruno en sus momentos de arrepentimiento. Aquel personaje poderoso e inmensamente malvado que presento en el cuento Agua fue sacado de la vida real. Era un hermanastro mío. No solamente era el amo del pueblo, señor de pistola al cinto, sino también terriblemente mujeriego y sexualmente perverso.” (9)

“Para mí la mujer constituyó siempre, y sigue siendo, un ser angelical, la forma más perfecta de la belleza terrena. Hacerla motivo del ‘apetito material’ constituía un crimen nefando y aún sigo participando no sólo de la creencia sino de la práctica. Sólo el verdadero amor puede dar derecho y purificar suficientemente el acto material.” (Carta de J.M. Arguedas a John Murra, 21 de noviembre de 1960). (10)

“-La mujer sufre. Con lo que le hace el hombre, pues, sufre.
-¿Con qué dices, de lo que el hombre le hace?
-De noche, en la cama. O en cualquier parte sucia.
-Eres criatura. Ella goza más que el hombre. Más goza, por eso acepta también quedarse con el hijo sin que el hombre la ayude en nada. (...)
-¡No goza! –gritó Santiago al oído de Ambrosio, el guitarrista-. ¡No goza!” (11)

“En eso de ajuntarse con la mujer, el hombre no es hijo de Dios, más hijo de Dios son los animalitos. Hay confusión cuando uno quiere meterse con una mujer...
-¿Y el enamoramiento, don Antonio?
-Sí, pues, sólo cuando estás muchacho, como tú, o menos quizás. Pero desde el momento en que tú ves cómo es la cosa de la mujer, la ilusión se acaba.” (11)

Situado Arguedas entre dos mundos, sin sentirse plenamente identificado con ninguno, su narrativa –autobiográfica por excelencia- presentará esta marginalidad como característica esencial del protagonista, que personifica al autor. “Si la integración del héroe al mundo indio –dice Roland Forgues- se traduce por un fracaso, es a causa de la imposibilidad en la que se encuentra de olvidar sus orígenes a los que sin cesar se halla inconscientemente llevado.” (12) Según Juan Larco: “Toda la obra de Arguedas, todo su drama espiritual y humano –y en Arguedas, obra y vida son una y la misma cosa-, giran en torno a la superación de esta dicotomía, a la cancelación en y por la vida y el arte, de este antagonismo, aparentemente irreductible, entre el mundo del indio y el mundo de los otros, de los mistis.” (13) La dicotomía inicial indio-blanco (Agua), dará lugar con el paso del tiempo a una dicotomía de mayor extensión geográfica: sierra-costa (Yawar Fiesta, Los ríos profundos) y luego Perú-imperialismo (Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo). (14)

En los cuentos de Arguedas no faltará el niño blanco, “hijo de principales”, que por razones no explicadas vive con la servidumbre indígena, se solidariza con ella en sus penurias, pero sin poder integrarse del todo:

“Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio, el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, vencido para siempre.” (15)

“Yo, pues, no era mak’tillo de verdad, bailarín, con el alma tranquila; no, yo era mak’tillo falsificado, hijo de abogado; por eso pensaba más que los otros escoleros; a veces me enfermaba de tanto hablar con mi alma, pero don Ciprián hablaba más.” (16)

En 1919, Augusto Bernardino Leguía llegó al poder mediante un golpe de estado. Víctor Manuel Arguedas, simpatizante del depuesto presidente José Pardo, no fue ratificado en el cargo de juez, dedicándose entonces a ser abogado litigante. En julio de 1921, Arístides y José María (de 12 y 10 años, respectivamente) escaparon de la casa de la madrastra y fueron a la hacienda Viseca, propiedad de su tío Manuel Perea Arellano, a 8 km. de San Juan. Entre 1923 y 1924, ambos niños acompañaron a su padre en sus viajes, visitando Ica, Pisco, Mollendo, Arequipa, Cusco y Abancay. En ésta última ciudad se establecieron, ingresando los dos hermanos al colegio Miguel Grau de los Padres Mercedarios. (2) Estas vivencias son evocadas en su novela Los ríos profundos:

“Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí más de doscientos pueblos. (...) Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria. (...) Hasta un día en que mi padre me confesó, con ademán aparentemente más enérgico que otras veces, que nuestro peregrinaje terminaría en Abancay. (...) Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la expresión característica que tenían cuando el desaliento le hacía concebir la decisión de nuevos viajes. (...) Yo estaba matriculado en el Colegio y dormía en el internado. Comprendí que mi padre se marcharía. Después de varios años de haber viajado juntos, yo debía quedarme; y él se iría solo.” (17)

En 1925 sufrió un accidente que lo llevó a perder dos dedos de la mano derecha. Entre los 15 y 19 años, residió en Ica, Lima y Yauyos. A los 20 años (1931) se estableció en Lima e ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de San Marcos. Un año después, falleció su padre. (2)

En 1933 publicó su primer cuento, Warma kuyay. En 1935 publicó Agua, su primer libro. En 1937 fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra la visita del general fascista italiano Camarotta. Fue trasladado a El Sexto, lo que se reflejará en la novela del mismo nombre; permaneció 8 meses en prisión. (2)

“Entre los quinientos presos estaban desde los sujetos más pervertidos por la ciudad hasta los dirigentes y militantes políticos más puros, los más esclarecidos y serenos y los fanáticos. (...) Vi, allí, también lo que aún seguiría llamando infernales escenas y conflictos sexuales. (...) Creí estar yo en condiciones excepcionales, por mi formación católica inicial y la influencia posterior del socialismo que no me curó del religioso temor a estos atroces pecados, de que acaso podría describirlos con piedad más que con horror. Sin exagerar, estuve meditando en ese tema (político, social y moral) tan complicado, algo más de quince años.” (9)

En 1938 publicó Canto kechwa. En 1939 se casó con Celia Bustamante Vernal. En 1941 publicó Yawar Fiesta. (2)

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“Hoy tengo miedo, no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revólver es seguro y rápido, pero no es fácil conseguirlo. Me resulta inaceptable el doloroso veneno que usan los pobres en Lima para suicidarse; no me acuerdo del nombre de ese insecticida en este momento. Soy cobarde para el dolor físico y seguramente para sentir la muerte. Las píldoras –que me dijeron que mataban con toda seguridad- producen una muerte macanuda cuando matan. Y si no, causan lo que yo tengo, en gentes como yo, una pegazón de la muerte en un cuerpo aún fornido. Y ésta es una sensación indescriptible: se pelean en uno, sensualmente, poéticamente, el anhelo de vivir y el de morir. Porque quien está como yo, mejor es que muera.” (Primer diario, 10 de mayo de 1969) (1)

Entre 1943 y 1945, Arguedas presentó un episodio depresivo caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio, ansiedad y probablemente crisis de angustia, por lo cual pidió licencia repetidas veces en su centro de labores (trabajaba como profesor en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe). Este episodio lo describió en sus cartas a su hermano Arístides y brevemente en sus diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo. Al parecer, tuvo una recuperación parcial con exacerbaciones periódicas.

“Desde hace un mes estoy bastante enfermo. El excesivo trabajo que he tenido durante todo el año pasado, sin haber gozado de vacaciones y todas las amarguras que tuve que pasar (...) me han postrado en una terrible fatiga mental. Estoy prohibido del más mínimo esfuerzo intelectual, por lo menos por sesenta días.” (Carta de J.M. Arguedas a su hermano Arístides, 25 de marzo de 1943). (3)

“Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una alternativa de relativo alivio y de días y noches en que parece que ya voy a terminar. No leo, apenas escribo; cualquier preocupación intensa me abate totalmente. Sólo con un descanso prolongado, en condiciones especiales, podría quizá, según los médicos, curar hasta recuperar mucho mi salud. Pero eso es imposible.” (Carta de J.M. Arguedas a su hermano Arístides, 23 de julio de 1945). (3)

“¿Te acuerdas que de niño me daban unos horribles espantos nocturnos? Nuestro padre tenía que levantarse y sacarme al corredor; miraba al cielo, respiraba el aire frío y me calmaba. Después, ya en el Colegio, padecí de algunas crisis: era una especie de repentino temor a la muerte (...). Pero algunos años después, cuando ya estabas en Caraz, me vino una crisis dura, no dormía, tenía un espanto continuo y parecía que todo iba a terminar (...). Las primeras noches, cuando sentía a la muerte en la garganta, soñaba con nuestro padre y contigo.” (Carta de J.M. Arguedas a su hermano Arístides, 31 de enero de 1944). (3)

En los próximos años, ejerció los siguientes cargos: Conservador General del Folklore en el Ministerio de Educación (1947-50), Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del Ministerio de Educación (1950-2), Jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura (1953-63), Director de la Casa de la Cultura del Perú (1963-4) y Director del Museo Nacional de Historia (1964-6). Fue además Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1958-68) y de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (1962-9). Obtuvo el grado de Bachiller en Etnología con su tesis La evolución de las comunidades indígenas (1958) y el de Doctor en Letras con su tesis Las comunidades de España y del Perú (1963). Recibió las Palmas Magisteriales en grado de Comendador (1964) y una Resolución Suprema firmada por el presidente Fernando Belaúnde Terry le dio las “gracias por los servicios prestados a favor de la cultura nacional” (1964). Además, publicó Canciones y cuentos del pueblo quechua (1949), La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú (1950), Diamantes y pedernales (1954), Los ríos profundos (Premio Nacional de Novela 1959), El Sexto (Premio Nacional de Novela 1961), La agonía de Rasu Ñiti (1962), Tupac Amaru kamaq taytan-chisman (1962) y Todas las sangres (1964). (2)

Sin embargo, los síntomas depresivos no habían desaparecido, presentando exacerbaciones periódicas. Arguedas visitó a distintos médicos psiquiatras, entre los cuales figuran los peruanos Pedro León Montalbán y Javier Mariátegui Chiappe, el uruguayo Marcelo Viñar y la chilena-lituana Lola Hoffmann. Recibió múltiples modalidades terapéuticas, incluyendo fármacos sedantes, antidepresivos, electrochoques y terapia psicoanalítica.

“Tuve un terrible accidente con la camioneta que me dejó Mangin. Como no andaba muy bien de los nervios, que es mi talón de Aquiles, acabé por casi aniquilarme con los resultados del accidente y he quedado más disminuido aún. (...) Salí únicamente con tres costillas rotas pero me dejó un saldo aplastante en cuanto al sistema nervioso. Me quedé sin poder dormir y con una especie de psicosis de angustia de la que aún no puedo salir del todo.” (Carta de J.M. Arguedas a John Murra, 10 de abril de 1960). (10)

“Yo estoy sumamente preocupado con mi pobre salud. (...) Durante los primeros quince días estuve luchando contra la depresión que padecía (...). He vuelto fatigadísimo, sin poder dormir y angustiado. Tengo que ir a donde el médico nuevamente; aunque estos caballeros nunca llegan a entender bien lo que uno sufre ni las causas. Lo malo es que esto me viene desde mi infancia. No sé si será algo constitucional pasajero. Ahora estoy respirando a base de un específico que se llama ‘Dexamyl’, pero sospecho que me anima a base de mis propias reservas.” (Carta de J.M. Arguedas a John Murra, 28 de abril de 1961) (10)

“Hay algo que me preocupa: no puedo dormir. El específico ‘Medomina’ era muy eficaz; con media pastilla solía ser suficiente. Ya en Santiago empecé a requerir una y con poco efecto. Mi médico de acá me recetó ‘Vesparax’; dormí, pero amanecí no sólo algo atontado sino angustiado. Preferí no tomarlo más. Ahora tomo una pastilla de ‘Medomina’ antes de acostarme y, generalmente, tengo que tomar media más a las dos o tres de la mañana, y duermo unas cuatro horas, pero no profundamente. Cuando no he dormido sino muy poco mi voluntad de trabajo se reduce al mínimo. Hice la prueba de darme un baño algo caliente y me arrebató la cabeza y dormí menos aún. Ese es mi peor mal. (...) El ‘Dormopan’ me hacía también dormir, pero aquí no existe, quizá tenga otro nombre. (...) Me preocupa tomar estos específicos para dormir, creo que me minan la salud física. Ya no tengo esa formidable agilidad de antes.” (Carta de J.M. Arguedas a Lola Hoffman, 3 de julio de 1962) (10)

Javier Mariátegui nos brinda el siguiente testimonio: “Conocí personalmente a José María Arguedas recién cuando visitó mi consultorio el 10 de enero de 1961. (...) José María venía ya de una experiencia terapéutica anterior, conducida por un distinguido psiquiatra bilingüe quechua-español, quien lo estimuló a consultarle diciéndole: ‘sé lo que tienes y también cómo curarlo’. Estaba ya mal dispuesto a los tratamientos biomédicos, convencido como estaba de una única raíz hundida en la profundidad de sus males, escrita tempranamente en su infancia. (...) Eran tiempos de comienzo de la farmacoterapia de las depresiones y, como quiera que Arguedas manifestaba un cuadro clínico con las características de una depresión endógena, recibió por el colega que me antecedió en su asistencia, en una o dos oportunidades, aplicación de electrochoque, que le produjo una experiencia adversa y al que después culparía de haberlo enfermado aún más; de esa primera experiencia psiquiátrica quedó un preparado magistral en la noche (extracto de beleño y cáñamo) para el tratamiento del insomnio (...).Comenzamos con nialamida, un antidepresivo inhibidor de la monoamino-oxidasa, asociado a un tranquilizante suave, de moda entonces, el meprobamato. Una semana después confesó sentirse mejor, con ‘tono vital’ más adecuado, con más interés por las tareas y mayor vigor sexual (éste, factor de la mayor importancia, verdadero indicador de la eutonía en la estimativa personal de Arguedas). (...) Siguió mejor hasta fines de febrero, seis semanas después de iniciado el tratamiento. Lo encontramos algo desmejorado en otra visita y perdimos contacto, hasta el 30 de mayo, en que iniciamos tratamiento con imipramina, el primer antidepresivo tricíclico entonces disponible, asociado a tioridacina. Esta última le produjo extrema lasitud y aparente acentuación de la depresión, inclusive con reaparición de la depresión, por lo que fue suspendida. José María era extremadamente sensible a los fármacos y acusaba mayormente los efectos colaterales (...). Para Arguedas, el tratamiento congruente con su estado tenía que ser de tipo psicoanalítico, convencido como estaba que tenía una enfermedad emocional de origen infantil (...). Su renuencia a los tratamientos farmacológicos la explicaba desde que éstos escapaban a su capacidad de entender la dolencia, enraizada según José María, como ya lo hemos señalado, en sus viejos conflictos de la infancia. Los últimos relatos que escribiera reflejaban, confesó en una entrevista, ‘experiencias traumáticas que sólo he relatado después de cuarenta años de meditar en cómo tratarlas’. La depresión como patología de la vitalidad (...) no fue nunca asumida ni aceptada por Arguedas, quien intelectualizó de modo permanente su estado y fue en busca de los fantasmas de su infancia a los que atribuía, en demasía interpretativa, la auténtica razón de su cuadro melancólico.” (18)

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“He luchado contra la muerte o creo haber luchado contra la muerte, muy de frente, escribiendo este entrecortado y quejoso relato. Yo tenía pocos y débiles aliados, inseguros; los de ella han vencido.” (¿Último diario?, 20 de agosto de 1969) (1)

La relación de Arguedas con su esposa, Celia, se fue deteriorando hasta que se separaron en 1965, luego de 26 años de matrimonio. Pocos años antes, había iniciado su relación sentimental con la chilena Sybila Arredondo Ladrón de Guevara, su futura segunda esposa. Para Roland Forgues: “Su primera esposa representaba, de alguna manera, la imagen de la madre que no había tenido en su infancia; una madre terriblemente pegajosa, posesiva, y celosa de preservar su bien; en una palabra, una madre que le prodigará un amor excesivo que le impedirá acceder normalmente a la vida adulta.” (12) Por su parte, Nelly Arguedas opinó lo siguiente: “En realidad, Sybila resultó ser el reverso de la medalla de lo que era Celia. Su nueva compañera era una mujer moderna, joven y bella, despreocupada, sin prejuicios, y algo indiferente con respecto a las cosas de José María, sobretodo, si se la compara con Celia. (...) Mi hermano se sintió aún más perdido y desorientado que antes. Alguna vez lo escuché comentar que las lágrimas que derramó hasta los ocho años fueron nada comparadas con las de la época de su matrimonio con Celia, pero que luego de su reciente matrimonio también se encontraba sin deseos de vivir.” (3)

En junio de 1965 se realizó una mesa redonda sobre Todas las sangres, organizada por el Instituto de Estudios Peruanos, en la cual participaron el mismo Arguedas, Alberto Escobar; José Miguel Oviedo, Sebastián Salazar Bondy, José Matos Mar, Jorge Bravo Bresani, Aníbal Quijano y Henri Favre. La novela fue duramente criticada, se la calificó de “no aprovechable sociológicamente” y se desacreditaron los conocimientos del escritor sobre la realidad peruana. Profundamente decepcionado, Arguedas dijo: “he vivido en vano”.

“Destrozado mi hogar por la influencia lenta y progresiva de incompatibilidades entre mi esposa y yo; convencido hoy mismo de la inutilidad o impractibilidad de formar otro hogar con una joven a quien pido perdón; casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, también hoy, que mi libro Todas las sangres es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas han declinado creo que irremediablemente.” (19)

“Un poco por miedo otro poco porque se me necesitaba o creo que se me necesitaba he sobrevivido hasta hoy y será hasta el lunes o martes. Temo que el Seconal no me haga el efecto deseado. Pero creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo. (...) Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí.” (Carta de J.M. Arguedas a su hermano Arístides, 10 de abril de 1966) (3)

El 11 de abril de 1966, Arguedas intentó suicidarse ingiriendo una sobredosis de secobarbital. Fue internado en el Hospital del Empleado, en donde permaneció durante 1 mes.

“Yo estaba muy angustiado, me había afectado demasiado la reducción del presupuesto de los museos, el despido masivo de los empleados cuyas madres, esposas y familiares venían diariamente, llorando, a pedirme ayuda, a que les diera otra oportunidad. Había algunas personas, como mi secretaria, a quienes faltaba pocos meses para jubilarse con 25 años de servicios. Ser testigo de todas estas injusticias y estar impedido de ayudar me destrozó los nervios. Además muchas cosas personales se fueron acumulando y la depresión en que caí fue superior a mis fuerzas.” (J.M. Arguedas a su hermana Nelly) (3)
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Los hermanos Arguedas: José María, Pedro, Nelly y Arístides

“Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de creador, profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes, no me sería posible tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la escuela secundaria, hace cuarentitrés años, o nada.” (Epílogo, 29 de agosto de 1969) (1)

En 1966 Arguedas publicó la traducción de Dioses y hombres de Huarochirí. En 1967 se casó con Sybila. En ese mismo año publicó Amor mundo y otros cuentos, obra en la que volcó sus traumas sexuales juveniles, por consejo de sus terapeutas. Aquí rememora el acto violatorio que le habría obligado a presenciar su hermanastro:

“-No vienes solo. ¡No vienes solo! ¿A quién has traído? –preguntó doña Gabriela.
-A Santiago; para que aprenda lo más grande de Dios. ¡Háblale muchacho; que vea que ya eres hombre! (...)
-¡Anticristo! ¿Crees que te voy a dejar? ¿Crees? –habló la señora. (...)
Y empezó el forcejeo. Sobre la cama de madera, bien ancha, el hombre y la mujer peleaban. El esposo de doña Gabriela había ido de viaje a una ciudad muy lejana de la costa. Ella tenía los ojos pequeños y quemantes en el rostro enflaquecido pero lleno de anhelos. Sus dos hijos dormían en otra ‘división’, al extremo opuesto de la sala. Eran amigos de Santiago. (...)
-Si no te quitas esa sábana, voy a gritar para que tus hijos vean que estoy en tu cama. ¡Que vean! A la de seis grito. El hombre no se embarra con estas cosas, al contrario. Yo más todavía. Cuento..., una..., dos..., tres..., cuatro...
El hombre empezó a babear, a gloglotear palabras sucias, mientras ella lloraba mucho y rezaba.” (11)

Viajaba frecuentemente a Santiago de Chile para ver a su psicoanalista Lola Hoffmann, y también a Chimbote, para elaborar la que sería su novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo.

“Yo estoy luchando como diablo. No puedes imaginarte cuánta fuerza se me va en esta lucha. ¿Te acuerdas de cuando hicimos nuestro primer viaje a la sierra y estuve yo, a los 22 o 23 años de edad, como siete días sin dormir una sola pestañada? ¿De dónde me venían esos insomnios? El actual que me dura meses me viene de un torbellino de causas. Está cambiando mi vida, sus bases se han desmoronado en una parte, en la más íntima y estoy edificando otras, con esfuerzo infinito.” (Carta de J.M. Arguedas a Manuel Moreno Jimeno, ¿marzo de 1967?) (20)

“He declinado en forma solamente en algunos síntomas: depresión, insomnio, falta de concentración y ‘misantropía aguda’.” (Carta de J.M. Arguedas a Alejandro Ortiz Rescaniere, 3 de mayo de 1968). (21)

“Creo que mi conciliación con mis propios problemas sexuales ya no es posible. ¡Cuánto le he hablado de esto! Todo el universo ha girado para mí alrededor de este problema. Ha sido lo más anhelado y lo más temido; rara vez lo más estimulante, casi siempre aniquilante. Mi mujer en cambio tiene una euforia juvenil que se recrea con mi apetencia, siempre pronta y siempre torturante. Como creí siempre que la satisfacción sexual debía ser sólo una especie de premio máximo a alguna gran hazaña, la práctica casi cotidiana me causa una atroz sensación de desgaste y de angustia. Ya no lo puedo soportar más.” (Carta de J.M. Arguedas a Lola Hoffmann, 13 de enero de 1969) (10)

Mario Vargas Llosa: Porque “El zorro de arriba y el zorro de abajo es la novela de un suicida. Ambas cosas, el libro y la autodestrucción del autor, están visceralmente ligadas. No es casual que el texto se abra con la revelación que hace Arguedas de un primer intento de suicidio, dos años atrás, y se cierre con disposiciones sobre su manuscrito, su velatorio y su entierro para cuando, por mano propia, se vaya ‘bien de entre los vivos’. (...) En los 18 meses y 18 días que dura la redacción de la novela, la decisión de suicidarse ronda a Arguedas, tiene repliegues y repuntes, y, a todas luces, carcome su vida mental, distrae su pluma y le dicta parte de lo que escribe. La elección de la muerte, las razones o pretextos para ello, las confidencias que le inspira sentirse al borde de la tumba -recuerdos de infancia, simpatías y aversiones literarias, ambiciones, frustraciones, padecimientos, amores, la voluntad de acuñar una imagen para la posteridad- constituyen la materia explícita de los cuatro diarios y el epílogo autobiográficos -escritos con nombre y apellido propios-, que son una de las caras de El zorro de arriba y el zorro de abajo.” (8)

Roland Forgues: “Resultaría vano querer separar, en José María Arguedas, la parte del suicidio que pertenece puramente a su neurosis de la que está determinada por su frustración política; porque en realidad la una y la otra están íntimamente ligadas. Si el escritor se ha esforzado durante toda su vida, en unirse al mundo indio que le era extraño, es porque éste representaba el substituto de la madre -es decir todo un ideal de vida- de la cual había sido privado en la infancia. Y, si de la misma manera, trató siempre de humanizar el mundo blanco, es porque inconscientemente no podía separarse de él.” (11)

Jean Marie Lemogodeuc: “En su producción literaria, como en su propia vida, Arguedas conoció un verdadero proceso neurótico. En cada línea de sus ‘Diarios’ vuelve la misma obsesión por la imagen que daba de sí mismo, por la voluntad de reconocimiento, por la impresión y el recuerdo que dejaría después de su muerte. (...) En el caso de Arguedas, parece que el origen de la neurosis se sitúa primero en una infancia perturbada por una vida afectiva frustrada por la muerte precoz de la madre y las frecuentes ausencias del padre. Es de notar también el problema de identidad cultural generado por la doble pertenencia al mundo indio y al mundo criollo. (22)

César Lévano: “Ciertamente, Arguedas era un hombre enfermo de la siquis. (...) Un hombre que sufría una depresión melancólica. Es decir, un mal enraizado en la naturaleza física de la persona y que conlleva el riesgo del suicidio. (...) La siquiatría señala que precisamente este tipo de enfermos es sensible a las señales del ambiente. Ellos son, en otras palabras, terreno predispuesto, sustancia temperamental adecuada para las alarmas enviadas por la sociedad, por las instituciones. La protesta de Arguedas no es, entonces, mero gesto espectacular ni simple resultado de un mal interno: es la explosión acelerada por un proceso social anormal. La crisis de la Universidad, la violencia ejercida contra los estudiantes, apresuraron la mano que el 28 de noviembre, a la caída de la tarde, se alzó contra su propia sien. (...) Caben muchas otras explicaciones. La soledad, dirán algunos. Ese hecho terrible de no tener hijos, pensamos nosotros mismos durante unas horas. Ese recuerdo constante, dicen otros, de los sufrimientos que experimentó cuando niño por culpa de la madrastra. Pero, ¿cuántos seres conocemos que están solos, y no tienen hijos (...) y han sufrido mucho? Y, sin embargo, casi ninguno de ellos se suicida, y algunos hasta son seres alegres. ” (23)

Javier Mariátegui: “El suicidio de José María Arguedas no puede entenderse solamente como la complicación final de un cuadro melancólico profundo. Para explicar esta dolorosa pérdida, como señalamos para el diagnóstico formal, la hermenéutica de la psiquiatría clínica es insuficiente. (...) La muerte de Arguedas fue una forma extrema de afirmar su vida, cuando la cantera creativa parecía agotada. Para seguir viviendo en la conciencia y en el imaginario nacional y para ser leal y consecuente con su propio destino vital, José María, como César Vallejo, sólo podía repetir: ‘...no poseo para expresar mi vida sino mi muerte’.” (18)

*****


“Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. (...) Yo invoco ese vínculo o lo tomo en cuenta para hacer aquí algo considerado como atroz: el suicidio. (...) Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida. (...) Y muchos, ojalá todos los colegas y alumnos, justifiquen y comprendan que para algunos el retiro a la casa, es peor que la muerte.” (Epílogo, 27 de noviembre de 1969). (1)

“¡Perdóname! Desde 1943 me han visto muchos médicos peruanos, y desde el 62, Lola, de Santiago. Y antes también padecí mucho con los insomnios y decaimientos. Pero ahora, en estos meses últimos, tú lo sabes, ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a saltos, con temor. No puedo dictar clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra porque me causa trastornos. Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que la muerte, y tú has de comprender y, finalmente, aprobar lo que hago.” (Carta de J.M. Arguedas a Sybila Arredondo, 28 de noviembre de 1969). (24)

El 28 de noviembre de 1969, José María Arguedas se disparó un tiro en la cabeza, en su oficina de la Universidad Agraria La Molina. Falleció cuatro días después, el 2 de diciembre. Su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, que contenía sus diarios, fue publicada en 1971.

¿Por qué se suicidó Arguedas? Es la pregunta que aún muchos se formulan. ¿Fue por sus infortunadas vivencias infantiles y juveniles: pérdida temprana de la madre, maltrato por parte de la madrastra y del hermanastro, ausencia repetida del padre, mutilación de la mano? ¿Fue por el fracaso de su primer matrimonio? ¿Por no tener hijos? ¿Por las críticas recibidas hacia su obra literaria? ¿Por los síntomas persistentes de su depresión, principalmente el insomnio y la incapacidad para seguir escribiendo? ¿Por la permanente sensación de hallarse entre dos mundos –el indígena y el hispano- sin pertenecer realmente a ninguno de los dos? ¿Por el paso del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico (la historia de una utopía que termina en fracaso, tesis de Roland Forgues)? ¿Por la progresiva alienación del mundo quechua (la utopía arcaica de Mario Vargas Llosa) al cual se sentía ligado emocionalmente? ¿Solamente por un disbalance de neurotransmisores? ¿Fue acaso una mezcla de todo lo mencionado? ¿Fueron las vivencias la causa de la depresión de Arguedas o fue más bien su rememoración morbosa y -quién sabe- tergiversada, consecuencia de la melancolía? (recordemos la discrepancia que en torno a la madrastra, existió entre José María y Arístides). ¿Puede responderse a estas preguntas? Es difícil. Sabemos que en la depresión y su consecuencia fatal, el suicidio, influyen diversos factores: biológicos, psicológicos y sociales, en mayor o menor grado. Más difícil aún es determinar en qué medida sus síntomas depresivos contribuyeron a forjar su obra, marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia, al punto de preguntarnos si habría Arguedas pasado a la historia de la literatura de no haber padecido depresión.

“Al Dios que te hacía nacer y te mataba lo has matado ya, semejante mío, hombre de la tierra.
¡Ya no morirás!” (25)



Monumento a Arguedas, en Andahuaylas


Bibliografía
  1. Arguedas JM. El zorro de arriba y el zorro de abajo. En: Obras completas. Tomo V. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
  2. Merino de Zela M. Vida y obra de José María Arguedas. En: Montoya R (ed). José María Arguedas, veinte años después: huellas y horizonte 1969-1989. Lima: Escuela de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1991.
  3. Pinilla CM. Arguedas en familia. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999.
  4. Arguedas JM. Testimonio. En: Oquendo A (ed). José María Arguedas: Un mundo de monstruos y de fuego. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.
  5. Escuela Nacional Superior de Folklore “José María Arguedas”. Arguedas canta y habla (disco compacto). Lima, 2001.
  6. Meneses C. Arguedas, la infancia como clave. En: Pérez H, Garayar C (ed). José María Arguedas. Vida y obra. Lima: Amaru Editores, 1991.
  7. García Bedoya C. Comentario. En: Martínez M, Manrique N (ed). Amor y fuego. José María Arguedas 25 años después. Lima: Centro de Estudios para la Promoción y Desarrollo, Centro Peruano de Estudios Sociales, Casa de Estudios del Socialismo, 1995.
  8. Vargas Llosa M. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
  9. Calderón A, Dorfman A, Escajadillo TG. Conversando con Arguedas (fragmentos de entrevistas). En: Larco J (ed). Recopilación de textos sobre José María Arguedas. La Habana: Casa de las Américas, 1976.
  10. Murra J, López Baralt M. Las cartas de Arguedas. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1998.
  11. Arguedas JM. Amor mundo y otros cuentos. En: Obras completas. Tomo I. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
  12. Forgues R. José María Arguedas: Del pensamiento dialéctico al pensamiento trágico. Historia de una utopía. Lima: Editorial Horizonte, 1989.
  13. Larco J. Prólogo. En: Larco J (ed). Recopilación de textos sobre José María Arguedas. La Habana: Casa de las Américas, 1976.
  14. Cornejo Polar A. Los universos narrativos de José María Arguedas. Lima: Editorial Horizonte, 1997.
  15. Arguedas JM. Warma kuyay (Amor de niño). En: Obras completas. Tomo I. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
  16. Arguedas JM. Los escoleros. En: Obras completas. Tomo I. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
  17. Arguedas JM. Los ríos profundos. En: Obras completas. Tomo III. Lima: Editorial Horizonte, 1983.
  18. Mariátegui J. Arguedas o la agonía del mundo andino. Psicopatología (Madrid) 1995;15:91-102.
  19. Instituto de Estudios Peruanos. ¿He vivido en vano? Mesa redonda sobre Todas las sangres, 23 de junio de 1965. Lima, 1985.
  20. Forgues R. José María Arguedas, la letra inmortal. Correspondencia con Manuel Moreno Jimeno. Lima: Ediciones de los ríos profundos, 1993.
  21. Ortiz A. José María Arguedas, recuerdos de una amistad. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1996.
  22. Lemogodeuc JM. Significados y riesgos del realismo autobiográfico en la obra de José María Arguedas. En: Pérez H, Garayar C (ed). José María Arguedas. Vida y obra. Lima: Amaru Editores, 1991.
  23. Lévano C. Arguedas: un sentimiento trágico de la vida. Lima: Editorial Gráfica Labor, 1969.
  24. Arguedas JM. Carta a su esposa Sybila Arredondo L. de Guevara. En: Larco J (ed). Recopilación de textos sobre José María Arguedas. La Habana: Casa de las Américas, 1976.
  25. Arguedas JM. Oda al jet (Jetman, haylli). En: Obras completas. Tomo V. Lima: Editorial Horizonte, 1983.


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Reportaje sobre José María Arguedas (programa televisivo "A las 11 con Hildebrandt", diciembre del 2002)